Tal vez nunca te hayas parado a pensarlo demasiado. Quizás esa sensación que perdura en la boca, a veces seca, áspera o firme, te resulte difícil de ubicar. Sin embargo, aunque invisibles al ojo, los taninos del vino son protagonistas clave de la experiencia sensorial.
Pero ¿de dónde vienen los taninos del vino? ¿Qué beneficios aporta la tanicidad del vino? Los tintos seguro, pero ¿el vino blanco tiene taninos? Estas y otras dudas son habituales y es que, además de estar presentes en muchos tipos -especialmente en los tintos-, los taninos del vino tienen la capacidad de modificar por completo cómo percibimos su cuerpo y textura. Le dan carácter, estructura y, en algunos casos, longevidad. Dicho de otro modo, para algunos son el alma del vino; para otros, un desafío al paladar.
Taninos del vino: qué son, de dónde vienen y qué aportan
La definición más técnica de los taninos del vino se refiere a ellos como unos compuestos naturales de la familia de los polifenoles. Se encuentran en la piel, las pepitas y los tallos de la uva, así como en la madera de las barricas de roble donde se fermenta el vino. Durante la fermentación, especialmente en la elaboración de vinos tintos, las pieles y semillas se mantienen en contacto con el mosto. Es en este momento cuando los taninos se transfieren al líquido, aportando estructura, intensidad y esa sensación seca en la boca conocida como astringencia.
En vinos que envejecen en barrica, como muchos vinos de crianza, también se incorporan taninos provenientes de la propia madera. Estos no solo refuerzan la estructura del vino, sino que también le suman complejidad aromática y mayor potencial de guarda. De hecho, aunque los taninos no tienen sabor en sí mismos, sí influyen notablemente en la percepción sensorial.
Al entrar en contacto con las proteínas de la saliva, provocan una reacción que deja una sensación rugosa, como si la boca se secara. Esto es lo que se conoce como tanicidad del vino. A mayor concentración y tipo de taninos, más marcada será esa astringencia, aunque no todos los taninos son iguales: los hay más finos, sedosos y agradables, y otros más verdes o agresivos.
Por ejemplo, un vino Syrah, especialmente si proviene de regiones cálidas como el Valle del Ródano en Francia o algunas zonas de Australia, suele ofrecer taninos maduros y redondos que dan cuerpo sin agredir el paladar. Curiosa es también la tanicidad del vino blanco y es que, en contra de lo que algunos creen, sí, el vino blanco tiene taninos, aunque en menor cantidad y con una percepción mucho más sutil. Un ejemplo interesante de esto son algunos vinos blancos naturales o elaborados con técnicas tradicionales, que pueden ofrecer una textura muy similar a la de un vino tinto ligero.
Beneficios y características de los taninos del vino
La principal aportación de los taninos al vino es el amargor y sobre todo la astringencia. Pero más allá de su impacto en la textura o la experiencia sensorial, los taninos añaden matices interesantes tanto para el vino como para quien lo consume. Entre los beneficios de los taninos del vino destaca, por ejemplo, su poder antioxidante, lo que ayuda a preservar el vino durante el envejecimiento. Además, si hablamos de salud, la tanicidad del vino también se ha relacionado con propiedades antiinflamatorias y protectoras cardiovasculares, aunque siempre dentro del contexto de un consumo moderado.